VIERNES DE COLECCIÓN: EL CAMINO DEL EXCESO

Por Armando Esquivel / @SPaupa

Encontrar o contar con tarjetas de beisbol viejas no siempre es sinónimo de una mina de oro, mucho menos si se tratan de ejemplares impresos en la infame «Era de la basura encerados» o «Junk Wax Era», en referencia a la manera de presentar para su venta los empaques de estampas de esos años.

Ese triste periodo en la historia del coleccionismo se centra entre los años de 1987 y 1994, aunque hay quienes lo amplían un poco más con un ciclo extra en cada uno de los límites ya mencionados.

¿Por qué este periodo es considerado el peor del coleccionismo?

Lo primero que se viene a la mente es la palabra «Exceso».

Por principio de cuentas la exagerada sobre producción fue la causante de que los precios de tarjetas de todos esos años sean de los más bajos, al cargarse la ley de la oferta y la demanda de un solo lado al grado que en la actualidad, treinta años después, es fácil encontrar cajas de tarjetas o sets completos de esos años a precios que pueden bajar hasta los diez dólares.

Con la llegada de la década de los ochentas el pasatiempo empezó a florecer y desde 1981 se rompió el monopolio de Topps al incluirse en el mercado las ofertas de Fleer y Donruss, para que unos años después también se hicieran presentes las marcas, Bowman, Score y Upper Deck, está ultima con una estándar más alto en cada una de sus entregas.

A todas estas nuevas opciones, hay que agregarle los paquetes complementarios «Traded» o «Update» que aparecieron en esta década, junto al arribo de los sets «premium» o focalizados que ofrecían una mayor calidad de producto en entregas como «Triple Play», «Leaf Studio», «Topps Stadium Club» o «Fleer Ultra», por citar algunas.

La colección de tarjetas se puso de moda y creció muy rápido en la década de los ochentas, sin embargo, la oferta fue abrumadora y absorbió la demanda, rompiendo con una regla básica en la economía. Hay versiones de que algunas ediciones de esos años superaban los 5 millones de impresiones de cada carta y con sets básicos que superaban las ochocientas tarjetas.

Mucho que ver en toda esta debacle fue que en esos años mucha gente se interesó en el coleccionismo de tarjetas al enterarse que las estampas de beisbol tenían un valor económico que estaba ligado al rendimiento de cada jugador y empezaron a ver esta actividad no como un «hobbie», sino como una casa de bolsa con inversión a mediano o largo plazo, que desafortunadamente se vino abajo para los involucrados debido a la sobre producción que impidió que el precio de estar tarjetas alcanzara algún nivel notable.

En la actualidad es común la creencia de que si encuentras tarjetas de beisbol de finales de los ochentas o principios de los noventas es lo mismo que haber dado con un tesoro, sin embargo, esa percepción está muy alejada de la realidad.

Para no ir muy lejos, las flamantes ediciones del 2020 tienen un valor mucho más elevado que las Donruss de 1988, sólo por dar un ejemplo.

La revista Beckett, que es la publicación que se especializa en la valuación de tarjetas de beisbol, mantiene al set completo de Donruss 1988 en 220 pesos en su nivel más alto y las tarjetas individuales de más valor son la de novato de Tom Glavine que va de 25 a 65 pesos, seguida de las estampas de novato de Mark Grace, Roberto Alomar y Ken Caminiti, además de la de Barry Bonds, que van de los 20 a los 45 pesos cada una.

Las tarjetas comunes de ese set y de la mayoría de esos años apenas valen el equivalente a un peso en Estados Unidos.

Hay excepciones, pero quizá el 99 por ciento de las tarjetas de estos años carece de un alto valor económico y es una pena porque en este periodo encontramos las tarjetas de novato de grandes estrellas como Barry Larkin, Mike Greenwell, Greg Maddux, Barry Bonds, Rubén Sierra, Rafael Palmeiro, Matt Williams, y Bo Jackson, así como Tom Glavine, Ken Griffey Jr., Alex Rodríguez, Derek Jeter, Omar Vizquel, Jim Abbott, Chipper Jones, Mariano Rivera, Frank Thomas, Jim Thome y Mark McGwire.

Claro que en medio del desierto siempre hay algún oasis y es posible encontrar tarjetas valiosas en sets adicionales como «Tiffany» o «Desert Storm» con números mucho más limitados de producción o en algunos de los codiciados errores como el de Frank Thomas en Topps 1990.

Además, otra opción para elevar el precio de estas tarjetas es la certificación, sin embargo, estos años no son los recomendados para pasar por ese proceso.

Así que, si usted colecciona con el objetivo de contar con las tarjetas más caras en sus anaqueles, seguramente dará con ejemplares con valores en dólares de doble o triple dígito, pero son, por mucho, las menos y se pueden contar con los dedos de la mano.

Y ahora ya lo sabe, si usted amigo quiere hacerse rico porque encontró cajas con viejas tarjetas de beisbol o si a usted le quieren vender estos productos a precios altos, revise primero ya que «No todo lo que brilla es oro», mucho menos en el coleccionismo de tarjetas de beisbol.

ESTRELLAS A LA MANO

El otro lado de esta historia, nos muestra una cara más noble de todo este tema, ya que todos los sets de estos años se mostraron y siguen disponibles como una buena oportunidad de iniciar una colección cargada de súper estrellas y de jugadores que ahora engalanan las vitrinas del Salón de la Fama con los precios más económicos en la historia del coleccionismo.

Muchos de los actuales coleccionistas se presentaron al «hobbie» cuando estas cartas salían a la venta y dejaron una huella sentimental que va mucho más allá del valor económico.

Para quienes coleccionan por el placer de llenar el álbum anual con los mejores peloteros, estos sets fueron fáciles de conseguir y a precios muy bajos, a diferencia de la época actual, con etiquetas más altas, pero con un producto más limitado y de mucha más calidad.

Hace tres décadas, con cincuenta centavos de dólar era posible hacerte de un paquete de 17 tarjetas y hoy son necesarios 5 dólares para adquirir el sobre más barato de estampas y de ahí todo va cuesta arriba, ya que hay diferentes presentaciones con promociones de productos extras en los empaques de diez dólares o veinte dólares.

En mi caso, abrí mis primeros paquetes en 1979 gracias a mi padre y circulé por la «Junk Wax Era» ya como adolescente, razón por la que guardo un cariño muy especial a este periodo del coleccionismo, en especial a los sets Topps 1987 y 1991 que fueron los primeros que pude completar.

No todo fue malo y algo que hay que agradecer a la industria de estos años, fue la enorme y notable mejora en algunos de sus productos, destacando la calidad de la fotografía que se hizo patente a partir de 1991, donde se pueden encontrar tarjetas que son «joyas» de fotografía, sin tener el valor económico emparejado, como las de Roger Clemens o Walt Weiss en el set básico de Toops en 1991.

Cada quien tiene su enfoque y si el suyo es invertir con el objetivo de multiplicar su dinero, las tarjetas de 1987 a 1994 no son la mejor opción para arriesgar su dinero, sin embargo, si usted busca armar una gran colección con los mejores jugadores de la época y que no le signifique una erogación muy grande, estos años son la elección correcta.

Además, recuerde que ninguna colección estará completa sin las estampas de estos años.

PAISANOS A BAJO COSTO

Muchos beisbolistas mexicanos pasaron parte de su carrera por este periodo y en los sets de esa era se pueden encontrar una gran cantidad de ejemplares de Fernando Valenzuela, Teodoro Higuera, Vicente Palacios, Alex Treviño, Armando Reynoso, Rosario Rodríguez, Vinicio Castilla y Benjamín Gil.

Además, Octavio Álvarez, Narciso Elvira, José Tolentino, Ever Magallanes, Antonio Perezchica, Germán Jiménez, Guillermo Velásquez, José Ceceña, Carlos Rodríguez y Al Pulido, también tienen tarjetas de esos años, lo que significa que usted las puede encontrar a la venta con facilidad y a precios muy bajos que, aquí en México, deberían de estar en el rango de cien a doscientos pesos por todas, mientras que en Estados Unidos, con calma y un poco de suerte puede hacerse de ese paquete por uno o dos dólares.

TORMENTA EN FORMACIÓN

Hay factores que en la actualidad pudieran pronosticar o vislumbrar la llegada de una segunda «Junk Wax Era» al coleccionismo de tarjetas de beisbol.

Hace 40 años, el inmaculado «hobbie» estaba principalmente dirigido a los niños o a los padres que las adquirían para dárselas a sus hijos, como en mi caso, pero la transformación se dio cuando la industria de tarjetas cambió su «target» de los más pequeños del hogar a los coleccionistas.

Para quienes recibíamos o comprábamos las tarjetas en nuestra infancia o adolescencia temprana, las cartitas fueron quizá la única opción estadística que teníamos al alcance en aquellos años en los que la comunicación digital no estaba todavía en nuestro horizonte.

Algunas se guardaban, otras las pegábamos en la pared, en nuestras libretas, cuadernos o libros, incluso la pasaban en el piso o apretadas con ligas, sin reparar en que se tenía en las manos tesoros futuros. Ahora tratamos de que a las tarjetas no les pegue ni el sol.

«Los adultos siempre echamos a perder todo» y así fue por allá a finales de la década de los setentas y principios de los ochentas, cuando al coleccionismo se integraron personas mayores y se empezó a valuar ediciones de tarjetas viejas y todo empezó a convertirse en una inversión a la par de la aparición de publicaciones que servían como guía de precios, entre ellas la revista Beckett que abonaron a la «tormenta perfecta».

Las propias compañías le quitaron el sabor al coleccionismo al poner a la venta sets completos sellados de fábrica con miles de compradores adquiriendo grandes cantidades del producto; veinte, treinta o más sets completos que guardaron en áticos, closets o bodegas por décadas con

la esperanza de que algún día aumentarían su valor, algo que nunca ocurrió y ahora los rematan a precios inferiores que los que pagaron hace más de tres décadas.

Ahora no hay pruebas de sobreproducción en las ediciones 2019 o 2020, pero lo que si notamos es la saturación del mercado con diferentes productos de cada compañía, así como paralelos, sets adicionales y ediciones con autógrafo que hacen casi imposible completar un set y ni hablemos de un «master set».

Por citar un ejemplo, jugadores mexicanos como Luis Urías, quien apenas debutó el año pasado y está todavía lejos de ser una estrella en Grandes Ligas, cuenta ya con decenas de tarjetas diferentes, algunas de ellas a precios muy altos.

Igual es el caso de Andrés Muñoz en Grandes Ligas o de algunos jugadores como Tirso Ornelas, Roberto Ramos, Alejandro Kirk o José Albertos, quienes aún no debutan en la Gran Carpa pero ya tienen sus tarjetas de prospectos que están valoradas en hasta cuatro dígitos, dependiendo de la edición y la rareza.

Hay de todo en el «hobbie», inversionistas y coleccionistas, desafortunadamente los primeros encarecen este hermoso pasatiempo y hacen que pierda su esencia.

Nadie está peleado con el dinero, mucho menos la industria de las tarjetas de beisbol que registra miles de millones de dólares en utilidades cada año.

Es difícil imaginar la vida sin las tarjetas de beisbol.

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